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CELEBRANDO EL AÑO NUEVO: Una reflexión sobre el tiempo, desafíos y metas humanas

CELEBRANDO EL AÑO NUEVO: Una reflexión sobre el tiempo, desafíos y metas humanas

Cada uno de nosotros es una especie de actor y espectador en nuestra propia vida a un mismo tiempo, a veces desempeñando roles tan diversos como ser personajes secundarios o terciarios en la vida de los demás, incluso yendo a los extremos de ser nuestros auténticos protagonistas o formar parte de grandes multitudes que se pierden entre ellas. Esto, sin duda, puede pesar considerablemente a nuestra salud mental. Entre todos estos tiempos es natural sentir que la vida nos rebasa. Pero es justamente a partir del tiempo que podemos brindarnos el respiro que todos merecemos para volver a integrarnos al mundo. En la era de las agendas abrumadoras y las listas interminables de tareas pendientes, el Año Nuevo se presenta como un alto en el camino, un recordatorio de que el tiempo es un recurso finito y precioso.

Cada año, al dar la bienvenida al Año Nuevo, nos encontramos inmersos en un ritual que va más allá de contar los segundos que marcan el reloj. Celebrar el cambio de año es, en esencia, reconocer la complejidad del tiempo, una invención puramente humana que se ha convertido en una herramienta invaluable para tejer el tapiz de nuestras vidas. En medio de nuestras ocupaciones diarias, la celebración nos brinda la oportunidad de reflexionar sobre los logros y desafíos del año pasado, y mirar hacia adelante con esperanza renovada.

Pero, ¿por qué celebramos el tiempo de esta manera? ¿Por qué nos aferramos a la ilusión de que, al cambiar un número en el calendario, podemos también cambiar el rumbo de nuestras vidas?

 

TIEMPO: ALGO TAN HUMANO

 

El tiempo, en su esencia, es una creación humana. Las estaciones, los días y las horas son medidas que hemos impuesto al flujo incesante de la existencia para darle un sentido ordenado. A pesar de su origen artificial, el tiempo se ha convertido en nuestro aliado más confiable y en nuestro adversario más feroz. Es en la celebración del Año Nuevo que encontramos un respiro, una pausa para apreciar la magnitud de lo que hemos vivido y para proyectar nuestros sueños hacia el futuro. La conciencia del tiempo, aunque humana en su construcción, se convierte en una herramienta terapéutica. La capacidad de marcar el final de un capítulo y el comienzo de otro nos brinda un sentido de control, un recordatorio de que podemos moldear nuestras narrativas personales. Este proceso, lejos de ser una mera formalidad, se convierte en un acto consciente de autocompasión y autocuidado.

En un mundo marcado por la incertidumbre y la complejidad, el Año Nuevo actúa como faro de esperanza. Celebramos no solo el paso del tiempo, sino también la capacidad de la humanidad para adaptarse y evolucionar. Cada campanada de medianoche es un recordatorio de nuestra resistencia, de nuestra capacidad para enfrentar desafíos inesperados y superarlos. Más porque ninguno de nosotros está completamente solo. Si bien contamos con las metas personas de nuestra individualidad, formamos parte de un viaje colectivo. En él, nos enfrentamos a pruebas que van más allá de nosotros mismos. Desastres naturales, crisis económicas, conflictos globales; el mundo comparte sus dolores y triunfos, y el Año Nuevo nos invita a reflexionar sobre nuestro papel en esta narrativa compartida. Celebrar el Año Nuevo se vuelve entonces un acto de empatía, un reconocimiento de que nuestras vidas están entrelazadas con las de aquellos que nos rodean, ya sea en nuestra vecindad o al otro lado del planeta.

La conciencia social se convierte en la chispa que enciende la llama de la celebración. En medio de las festividades, recordamos que nuestras metas individuales están entrelazadas con un propósito más grande: la construcción de un mundo más justo, equitativo y compasivo.

La conexión entre la celebración del Año Nuevo y el bienestar mental (la #SaludMental ante todo) va más allá de los fuegos artificiales y las festividades. Este período nos invita a practicar la gratitud, a mirar hacia atrás y apreciar los momentos de alegría y aprendizaje, así como reconocer y aceptar los desafíos que hemos superado. En este acto de introspección, encontramos una poderosa herramienta para cultivar la resiliencia mental. La mente, ese santuario de pensamientos y emociones, a menudo queda atrapada en las telarañas de la rutina y las presiones diarias. El Año Nuevo, con su frescura y optimismo, se presenta como un antídoto para el agotamiento mental que puede acumularse con el paso de los días. La simple idea de un nuevo comienzo, de hojas en blanco esperando el estallido de nuestras creatividad y nuevas ideas, desde palabras, dibujos, garabatos, números, líneas, formas (cualquier señal de vitalidad de nuestra parte es excelente), tiene un impacto profundamente positivo en nuestra psique.

Dicen por ahí: “En la danza de las estaciones, cada cambio de año es como un nuevo movimiento en la coreografía de nuestras vidas.” Si bien para algunos pueden resultar una frase tremendamente cursi, no demerita su verdad: si vemos la vida como una coreografía, quizás haya más posibilidades de verla como una ruta de pasos improvisados, nuestra relación con la música, y hasta una perspectiva en la que podrían considerar más la fluidez y la constancia que el mal-llamado “perfeccionismo”. Mientras nos sumergimos en la celebración del Año Nuevo, no solo estamos marcando el paso del tiempo, sino también abriendo una puerta a la reflexión y renovación de nuestra salud mental. Este ritual anual se convierte en un faro de esperanza, una oportunidad para reiniciar nuestros corazones y mentes en la búsqueda constante del bienestar interior.

 

EMPATÍA ES CONTINUIDAD

 

La empatía se convierte en un hilo conductor en esta travesía hacia el bienestar. Mientras nos sumergimos en la celebración, recordamos que cada persona que cruza nuestro camino lleva consigo su propia carga emocional. La conciencia social se entrelaza con la empatía, recordándonos que la celebración del Año Nuevo es también un acto colectivo de apoyo mutuo. En un mundo donde la soledad y el aislamiento pueden oscurecer la mente, esta ocasión donde el término de un transcurso de 365 días repletos de absolutamente todo lo concebible, se convierte en un faro de conexión humana.

La ansiedad y el estrés, más allá de los graciosísimos memes representados por el pequeño Cheems, son de hecho el gran tema de conversación y no gratuitamente. Ambas cosas son tan mencionadas porque son dos de los continuos pesares de la civilización. Si bien podría parecer un asunto generacional el visibilizarlas con mucha más empatía, siempre han sido dos oscuridades que nos han acompañado desde nuestros inicios como especie. Ambos son visitantes frecuentes, y la celebración del Año Nuevo se convierte en reconocerlos, sanarlos como si fuese un bálsamo para el alma, e impulsarnos a continuar.

Así que, cuando toque levantar nuestras copas, comer las uvas, y compartir los respectivos abrazos en la transición de un año a otro, recordemos que la celebración del Año Nuevo no es simplemente una festividad superficial. Es un recordatorio profundo de nuestra capacidad para abrazar la complejidad del tiempo, de nuestra resistencia ante los desafíos y de nuestra conexión intrínseca con el tejido social del mundo que habitamos. Vamos bien. Lo estamos haciendo bien. De verdad. Un año a la vez. ¡Feliz Año Nuevo!

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